Hay instantes que parecen insignificantes, pero tienen la fuerza de impulsarnos a lugares remotos de nuestra mente o nuestra geografía. Mi trayectoria está llena de estos momentos palanca. A los 24 años tuve uno muy intenso, que surgió como un chorro de preguntas. ¿Por qué tengo este temperamento, este carácter y esta personalidad? ¿Por qué profeso esta ideología política? ¿Por qué abrazo estas creencias y no otras?
Por aquel entonces trabajaba como auditor junior en un banco de Barcelona, y tenía una prometedora carrera por delante. Otro en mi lugar hubiera atribuido estas cuestiones al ímpetu de la juventud y las habría acallado. Yo no pude, al contrario, hice las maletas y me fui a Madrid a estudiar Sociología, convencido de que en los libros encontraría las respuestas que buscaba.
Una vez en Madrid, además de estudiar y de seguir en el banco para financiar mi carrera, decido afiliarme a un partido político, motivado, no solo por aportar algo al mundo, sino también por el interés de averiguar cuál es el peso real de la política como motor de cambio social. Al finalizar la licenciatura en las especialidades de Sociología y Psicología Social, inicio los cursos de doctorado en la Universidad Complutense, a la vez que me formo como psicoterapeuta, ya que quería ahondar en el complejo mundo de las emociones.
Durante algún tiempo simultaneo mi trabajo como psicoterapeuta con un proyecto social en prisiones, hasta que surge en mí una necesidad acuciante de dar un giro a mi vida. Vendo todo lo que tengo, regalo mi biblioteca, y hago las maletas una vez más. Esta vez pongo rumbo a Brasil.
En el nordeste de Brasil me permití vivir el mito de la felicidad del cocotero: sol, playa, cocoteros, ningún tipo de obligación y fiesta diaria, con todo lo que la fiesta implica. Al año, ese mito de la felicidad cayó por su propio peso. Me di cuenta de que la felicidad es un estado que no depende ni de donde vives, ni de lo que haces, ni de lo que tienes. La felicidad vive dentro de nosotros, pero por aquel entonces yo aún estaba convencido de que iba a encontrarla en alguna parte, así que una vez más hice las maletas.
Emprendo un viaje a pie que me lleva a conocer Paraguay, Uruguay, Argentina, Chile y Perú. Fue un año en el que descubrí la plenitud que da la simplicidad de ir con una pequeña mochila a cuestas, sin expectativas y a expensas de lo que la vida me ofrecía. La felicidad estaba más cerca, pero tampoco era aquello.
Una tarde, al entrar en una librería en la ciudad de Panamá, me encontré con un librito que hablaba del pueblo Kuna. En aquel momento, no podría explicar por qué, me acordé del Contrato Social de Rousseau. Esta fue la motivación que me llevó a la selva panameña para convivir con los indios Kuna, conocer su cultura y hacer el trabajo de campo de mi tesis doctoral. La hipótesis que me planteé en aquel momento, en la misma librería, y que se convirtió en el núcleo central de mi tesis, fue la de investigar el postulado de Rousseau del buen salvaje. La convivencia con los kunas me enseñó que el observador nunca es neutral, y que lo único que yo podía hacer es interpretar los hechos desde mi punto de vista y llegar a la conclusión de que la solidaridad de la selva tiene unos parámetros diferentes a la solidaridad en el mundo occidental, pero que ni ellos ni nosotros tenemos la clave de la «bondad».
Una vez finalizado el trabajo de campo y escrita mi tesis doctoral, regreso a Barcelona, me formo en management y doy clases en una prestigiosa escuela de negocios, a la vez que ejerzo como consultor para empresas publicas y privadas.
Llegado a este punto de mi vida, surge en mí una pulsión de búsqueda mas profunda que me lleva a la práctica del Zen. Un momento de inflexión en mi camino. Por primera vez empiezo a andar de afuera a adentro.
He sido empresario, cofundé dos empresas en el sector del tratamiento de agua, y más tarde, ya en solitario, una empresa para comercializar una patente propia de una innovadora y biomimética botella ovoide.
En algunas de estas aventuras personales y profesionales que os he narrado sentí plenitud, en otras tuve éxito y reconocimiento y en otras fracasé, pero todas ellas me han enseñado a triunfar y a rendirme, y me han dado el bagaje que ha hecho posible que haya llegado hasta aquí. Estos bandazos vitales me han enseñado a preguntar menos y a confiar más en lo que la vida me muestra en cada momento como el mejor camino para dar sentido a mi transito como aprendiz de ser humano
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