Maese Pérez, el organista y Los ojos verdes
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Narrado por:
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Víctor Prieto
Acerca de este título
Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer nació el 17 de febrero de 1836 en Sevilla, hijo de un célebre pintor. Gustavo Adolfo tenía cinco años cuando murió su padre, y a los nueve, falleció su madre. A los diecisiete años viajó a Madrid a buscar fortuna en la literatura. Pasó penalidades, viviendo al día gracias a sus artículos literarios y a sus pinturas. Trabajó en la redacción de "El Contemporáneo" y fue entonces cuando escribió la mayoría de sus leyendas y las "Cartas desde mi celda". En 1862 se fue a vivir con él su hermano Valeriano, un buen pintor. Ambos vivieron precariamente durante mucho tiempo. A través de "Rimas", Bécquer deja ver lo melancólico y atormentado de su vida; en su obra “las leyendas” escribió la célebre "Maese Pérez el Organista", "Los ojos verdes", "Las hojas secas" y "La rosa de pasión" entre varias otras. En septiembre de 1870 falleció Valeriano. Fue un duro golpe para Gustavo, que pronto enfermó sin ningún síntoma preciso, muriendo en Madrid el 22 de diciembre de ese mismo año, a los 34 años de edad. Agonizante, dijo a un amigo: «Si es posible, publicad mis versos. Tengo el presentimiento de que muerto seré más y mejor conocido que vivo»
Estas dos obras pertenecen al conjunto de relatos llamados “LEYENDAS”. Maese Pérez, el organista: Maese Pérez es un viejo organista de la Catedral de Sevilla; éste es querido por todo el pueblo, todos admiran su forma de tocar, que alcanza su máxima brillantez en la Misa del Gallo. Fue precisamente en esta fecha cuando murió repentinamente el organista. Al año siguiente de su muerte de la catedral salía una melodía angelical pero, sin embargo, nadie estaba sentado tocando el órgano. Los ojos verdes: En una cacería Fernando de Argensola dispara a un ciervo y éste malherido se adentra en una zona del bosque donde ni los cazadores ni los perros accedían. Se decía que quien se atreviese a entrar allí, sería atacado por un espíritu maligno del lugar. Fernando, no obstante, entró y consiguió coger su pieza, pero desde entonces su comportamiento cambió. Tenía aspecto pálido, se había vuelto introvertido; iba a cazar solo, pero nunca traía ninguna pieza.
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